viernes, octubre 27, 2006

La rutina es el absurdo

Bruno Marcos
Por rutina les enseño el urinario de Duchamp. Únicamente uno de ellos se sonríe. ¿Qué quedará de esos gestos en los siglos venideros? Acaso un dato incomprensible para quien halle reprografiado tanto un utensilio del que no conozcan la función que tuvo y, por lo tanto, su valor fuera de contexto. No podrán encontrar explicación clara de por qué se andaba a vueltas con ese urinario.
Creo que se lo muestro como un tributo a mis pasiones pasadas, a mi fascinación por los gestos, por los desplantes de tono cultural. Siempre me cayó simpático ese Duchamp, bueno no sé si simpático es la palabra. Forma parte de ese elenco de personas muy extravagantes en su obra y extremadamente elegantes en el vestir que siempre me cautivaron: Byron, Wilde... Tal vez se trate de embellecerse a uno y expresarle a un mundo tan feo como es este lo que se merece: una extravagancia.
En este contexto carcelario el urinario de Duchamp vuelve a su significado, proyectado sobre una pared desnuda junto al hormigón que durará más que nuestras almas nadie diría que no está en su sitio, que sirve para mear entera y únicamente.
Por una ventana podrida busco el cielo y sólo veo pasar a mis compañeros. Pensando en que algún día Darío tenga que ir al colegio, al instituto o a la universidad, y viendo como son algunos de ellos, se me pone la piel de gallina. ¿Quién, con más criterio que yo, un profesor, podría declararse objetor de educación y, como los aristócratas de antaño, educar a su niño en casa?
Por la tarde nos reunimos para evaluar inicialmente a los muchachos. No hay homenaje más grande al absurdo que estas reuniones. Se va uno por uno comentando. De uno se dice que es muy majo, de otro que habla mucho, de otro que faltó porque le operaron –indispensable saber de qué-, de otra que su madre se separó, otra cuenta en estilo directo una cosa muy insolente que le espetó un alumno y que a nadie sorprende ni hace gracia abusando de la cortesía del resto, y así... cosas que no sirven para nada, incluso se puede producir, como hoy, una apuesta general sobre si un estudiante nuevo e inmigrante es de Colombia o Ecuador.
Siempre hay un viejito que hace bromas, yo, no sé por qué, quizá por parecer humano, suelo reírlas. Ni que decir tiene que permanezco callado hasta que es inevitable, cuando me preguntan directamente, que casi nunca ocurre. Sólo hablan tres o cuatro que monopolizan durante estas sesiones el capital de la estulticia. Y yo me pregunto qué imagen creerán que dan de sí. Acaso de elocuencia o extraversión. A mí me parecen gente que no tiene nadie que les quiera de verdad y que se ven obligados a ir a un sitio tan horrible como ese a hablar para distraerse de que no se aguantan ni a sí mismos.
Casi va para 12 años que soporto esto como un oyente castigado y dócil pudriéndome por dentro. Hoy les he mirado a ellos descubriendo arrugas implacables, tal vez lleven el doble de años que yo, quizás el triple, probablemente sea ese mi destino.
Siempre, al salir de esas sesiones, en esta o cualesquiera mazmorras por las que he pasado, y al internarme por las calles, me acuerdo de mi madre, de qué soñaría ella que era la docencia, me pregunto por qué nos arrastró a esto. Pero en el momento en el que ya estoy lejos la visualizo de pequeña, entrando en la escuela, con los compañeros y la maestra, Doña Feli, que acabó viviendo junto a nosotros y acusándome de perseguir amatoriamente a sus pupilas, y me doy cuenta de que ella debió idolatrar eso, lo mismo a lo que he ido tendiendo estos años, la última salvación, la relación del profesor con los alumnos.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

En Atenas, la enseñanza, la asistencia a clase, no era obligatoria: el padre de familia gozaba de total libertad para educar a sus hijos o permitir que otros, los pedagogos como Sócrates, los educaran hasta los dieciocho años, edad en que el joven se convertía en ciudadano y debía realizar el servicio militar... esa instrucción que sería tan útil en nuestros días en la sociedad civil...

octubre 29, 2006 11:07 a. m.  

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